Dureza: La dureza de la luz puede ser determinante para darle a nuestro retrato el aspecto que queremos. Una luz más dura nos proporcionará retratos más agresivos, dramáticos o potentes. En cambio, una luz más difusa generalmente nos ofrecerá retratos más suaves, tiernos y bellos. Para difuminar tu fuente de luz deberás utilizar un difusor o rebotarla contra una superficie clara. Si, en cambio, pretendes hacerla más dura que simplemente usándola sin difusor, puedes optar por utilizar grids o panales de abeja para concentrar más el haz de luz.
Intensidad: La intensidad de la luz también va a cambiar nuestro retrato por completo e incluso transmitir sensaciones muy diferentes. Una luz intensa puede transmitir potencia o belleza, ya que realzará mucho la presencia de nuestro sujeto. En cambio, una luz más tenue puede transmitirnos soledad, tristeza, dramatismo, pero también intimidad o sensualidad. Puedes jugar con la potencia de tus fuentes de luz e incluso alejarlas o acercarlas a tu sujeto si no son regulables. Incluso puedes atreverte con una clave alta o una clave baja.
Temperatura de color: La temperatura de color de la luz también va a cambiar el aspecto de nuestro retrato, ya que influirá en su balance de blancos. Un balance frío puede transmitir seriedad o elegancia, e incluso también calma; y un balance cálido puede proyectar ternura, tranquilidad, pero también pasión en ocasiones. Un balance neutro , por su parte, transmitirá pureza o limpieza. Aunque, como siempre, todo dependerá del resto de nuestra fotografía y de la ambientación que le demos.
Dirección: Dependiendo de la dirección y angulación en la que la luz incida sobre nuestro sujeto, su cara puede cambiar de manera radical. En eso se basan los esquemas de iluminación. A continuación vamos a ver los esquemas más comunes y analizaremos qué efectos produce cada uno de ellos sobre el rostro de nuestro sujeto.